Michael Caine ofreciendo unas palabras
Manfred Werner / Tsui editada con licencia CC BY-SA 3.0

Michael Caine, un orgulloso 'cockney'

Bien Hecho

Nació con el nombre de Maurice Joseph Micklewhite, pero como Michael Caine triunfó. Reivindicador de sus orígenes humildes, de haber formado parte de los estratos más bajos de una sociedad clasista, Caine es un orgulloso 'cockney'.

Hasta no hace demasiado tiempo, el pasado verano, podríamos haber hablado de él como Maurice Joseph Micklewhite, el nombre con el que nació, el que recibió de sus padres. Pero desde el mes de julio ya no le pertenece.

El terrorismo internacional y los férreos controles de seguridad en las fronteras que este ha provocado le han hecho convertir su nombre artístico, por el que es mundialmente conocido, en su nombre real. Michael Caine, el alias que el inglés escogió por imperativo de su representante en los albores de su carrera cinematográfica, es más suyo que nunca.

Nacido en 1933, en un hospital benéfico en el humilde distrito londinense de Rotherhithe, fue hijo de un transportista de pescado de origen irlandés y de una empleada del hogar de sangre inglesa. La Segunda Guerra Mundial hizo que fuesen evacuados de Southwark a North Runcton, en el condado metropolitano de Norfolk, hasta el final de la contienda. Fue de nuevo en el sudeste de Londres de donde quiso escapar.

Vivir en una casa sin calefacción ni retrete, siempre vestido con ropa usada comprada de segunda mano y aquejado de raquitismo y blefora, no era vida. Y no era el ambiente más adecuado para conseguir buenos resultados en el colegio. Por eso, con apenas 16 años, dejó la escuela. Se buscó la vida con diversos trabajos de poca entidad, uno de ellos en una productora cinematográfica, aunque aquello no tenía nada que ver con pasiones, y terminó enrolándose en el ejército británico camino de la Guerra de Corea.

La dura experiencia que fue para él el campo de batalla moldeó su carácter. En él se había enfrentado con la muerte cara a cara y eso es algo que no se olvida. Pero no permitió que lo afectase más de lo necesario, y el joven Maurice a su regreso a Reino Unido se buscó la vida como uno más. Primero trabajó en Westminster Repertory, en el condado de Sussex, al sur de Inglaterra, y más tarde en Lowestoft Repertory, donde conoció a la que muy pronto sería su esposa, Patricia Haines. Ambos, decididos a convertirse en actores, decidieron instalarse en Londres.

De nuevo en la ciudad, la suerte no le sonrió a Maurice Joseph Micklewhite. Apenas conseguía pequeños trabajos que no tenían nada que ver con su sueño, él y su mujer apenas podían mantener a la primera hija que tuvo, Dominique, y el matrimonio terminó por romperse.

Instalado tras la ruptura en casa de sus padres, y con su progenitor en el lecho de muerte, las cosas no le fueron mejor. Así que, tras el fallecimiento, la madre le recomendó que se encontrase a sí mismo. Y la mejor manera que encontró de hacerlo fue marchándose a París a buscarse la vida. En la capital francesa sobrevivió, de nuevo, a base de pequeños trabajos.

De nuevo en Londres, cuando se supo preparado y con las ideas claras, comenzó a trabajar en pequeñas películas y series televisivas, mientras realizaba pequeños cursos de interpretación. Tras años en esta situación, en una tesitura límite a punto de decidir abandonar el sueño de convertirse en un verdadero actor, llegó un trabajo en una serie de televisión llamada The Lark. Entonces, conocido como Michael Scott, cambió su nombre artístico al de Michael Caine. Fue un nombre imaginado al vuelo, dicho desde una cabina telefónica a su agente mientras veía el cartel de la película El motín del Caine.

Michael Caine en una recepciónCristiano Betta editada con licencia CC BY 2.0

Fue a partir de entonces que su carrera comenzó a despuntar. Tras haber interpretado a un soldado en la cinta Infierno en Corea de 1956, que le recordó inevitablemente su paso por el ejército, rodó Zulú en 1964, en la que tuvo que camuflar el acento cockney tan característico de su barrio natal por estar considerado vulgar por la alta sociedad británica. Y a esta le seguirían los dos filmes definitivos, las dos películas que lo convertirían en actor famoso.

La primera cinta fue The Ipcress File, en la que interpretó al espía Harry Palmer, protagonista que encarnaría en más ocasiones tiempo después, y la segunda Alfie, la que lo lanzaría al estrellato siendo considerado además como uno de los actores más apuestos del momento. En ella, además, ese acento cockney saldría a relucir en plenitud siendo uno de los atractivos de la interpretación. Michael Caine nunca, jamás, rehusó admitir sus orígenes humildes. Estos son, de hecho, un motivo de orgullo para él.

Con los años y los sucesivos papeles, al británico de origen irlandés le han llovido los reconocimientos y la fama como prestigioso actor. Han sido importantes personajes los interpretados en películas como Un par de seductores, Ladrona por amor, The Honorary Consul o Jekyll & Hyde, pero los que le han valido premios han sido los que interpretó en Hannah and Her Sisters, Educando a Rita, Jack The Ripper, The Cider House Rules y Little Voice.

Con la primera cinta consiguió su primer premio Óscar como mejor actor de reparto en 1987. Con Educando a Rita logró en 1983 un Globo de Oro a mejor actor de comedia o musical y un premio BAFTA a mejor actor. Con Jack The Ripper el Globo de Oro al mejor actor en una miniserie o telefilme en 1988. Con The Cider House Rules consiguió su segundo Óscar y un premio SAG como mejor actor de reparto, ambos en 1999. Y con Little Voice el Globo de Oro a mejor actor de comedia o musical. Igualmente, en el año 2000 recibió el premio BAFTA honorífico a la trayectoria profesional, el premio Donostia del Festival de San Sebastián y el título de comendador de la Orden del Imperio Británico, que recibió con su nombre real entonces, convirtiéndose en Sir Maurice Joseph Micklewhite.

Toni Castillo
Toni Castillo

La curiosidad a veces me pierde y la inquietud hace que me embarre. Pero sin la una y la otra no sería lo que soy. Me gusta lo sencillo, lo simple, tener respuestas y, si no las encuentro, sacar enseñanzas. Levantarse si se cae. Andar y no parar. Sin la tecnología no sería nadie, pero sin un pedazo de papel y un lápiz me encuentro perdido. De ciudad, pero de campo. De mar, pero de montaña. Hedonista de las pequeñas —y a veces grandes— cosas. Definirse no es sencillo, pero al menos lo he intentado.